lunes, 25 de febrero de 2013

Transmisión de opresión = Educación

Cuando aun no había cumplido 5 años, ya tenia un par de cosas claras: No me gustaba ir al jardin de infantes (kinder garden o como quieran llamarlo). Prefería quedarme en mi casa jugando, durmiendo o mirando dibujos animados, antes de encerrarme 4 horas en un lugar desconocido y con pocos atractivos para un niño de mi edad. Claro que por mas rabietas que armara, a mis viejos (mis padres) no les quedaba mas remedio que mandarme, porque ellos tenían que ir a trabajar y alguien tenia que cuidarme. Una vez que llegaba al jardín  la cosa cambiaba un poco, porque la verdad es que extrañaba a mis compañeros de clase y como por esa época vivíamos en un departamento en la capital, había pocas ocasiones en las que podía socializar  con otros chicos. Pero definitivamente, no me gustaba ir al jardín. 

Paso el tiempo y comencé la escuela primaria.
Aunque en un principio todo era novedad y de alguna manera estaba entusiasmado con aprender a leer y así descubrir  que lograba que mi hermana mayor se pasara las horas tirada en la cama leyendo Anteojito, Billiken, Humi, Mafalda y la propia revista Humor, rápidamente me alcanzo la rutina académica y ya terminando el primer grado, mi nuevo y flamante estatus educativo volvía a desencantarme. Mi idea de la escuela comenzaba a parecerse  mas a la de una cárcel  que a la de un lugar al que quisiera concurrir por gusto, como el club del barrio o la plaza. Claro que empujado por mis mayores y la sociedad toda, me terminé acostumbrando a asistir todas las mañanas a dicha institución, al igual que la mayoría de los niños de este mundo.  Con el tiempo hasta le tome el gustito, y claro, la perspectiva de encontrarme con mis compañeros de clase volvía a generar cierto atractivo para concurrir al colegio. Pero la verdad es que cada vez que podía trataba de faltar y cada año, a medida que el verano se acercaba a su fin, anunciando el inminente comienzo de un nuevo ciclo lectivo, yo - al igual que el resto de mis amigos - me angustiaba y deprimía frente a la inevitable  perdida de libertad, la nueva carga de responsabilidades y el estrés que esto representaba, . 

En el medio de todo este proceso, comencé a darme cuenta de que a pesar de la rutina, la opresión,  el estres y la violencia a la que me sometía con cada día de clases, en realidad me gustaba aprender cosas nuevas. Y muchas veces sospechaba que si los maestros quisieran, nos podían enseñar muchas cosas mas de las que nos enseñaban. Por suerte mi viejo siempre era materia dispuesta para responder preguntas y enseñar todo lo que podía  Y mi vieja mas o menos lo mismo, ya que era (es, eso nunca cambia) docente. Claro que ninguno de los dos podía estar todo el día atendiendo mis inquietudes, ya que tenian que trabajar y atender las de mis otros 5 hermanos.

Siguiendo con mi curriculum vitae, comencé la secundaria, y la cosa no cambió demasiado. Para el colmo de males, si bien se sumaban nuevos encantos, particularmente las chicas, también se recrudecía la competencia y por ende la presión y la angustia. Como cualquier joven de mi generación sabe (no se los de otras generaciones, pero estimo que no debe diferir mucho), en esta sociedad, el colegio secundario representa de alguna manera la puerta de entrada a nuestra vida adulta.

En esta etapa, empiezan a diferenciarse fuertemente los estatus sociales y los jóvenes comienzan a competir por ganarse un lugar en el grupo, preparándose de alguna manera para la competencia que deberán enfrentar luego en la vida laboral, social, amorosa, etc. Ademas, los resultados académicos comienzan a condicionar con mas fuerza que la primaria nuestro futuro. Claro que hoy se perfectamente que ningún titulo universitario te brinda una gran ventaja competitiva  pero la verdad es que, siempre hablando dentro del marco que representa la sociedad actual, el tener "estudios" hace que las cosas se faciliten un poco, siempre y cuando estudies lo que el mercado necesite en ese momento, o mas bien en los años siguientes a tu probable graduación

Bueno, concluyendo, el colegio secundario nos marca fuertemente, nos enseña a competir con mas fiereza y a aceptar las cosas como son, aunque justamente coincide con una edad que nos brinda cierta madurez mental que hace que comencemos a cuestionar el estatus quo de las cosas, que indudablemente no están tan bien planeadas como pensábamos en la escuela primaria, donde todo lo que dicen los maestros parece ser una verdad irrefutable.

Finalmente, me llego la hora de comenzar mis estudios universitarios. Para los que tuvimos tal suerte, este escalón educativo nos augura  un futuro promisorio. Digo los que tuvimos tal suerte  porque aunque en mi país (Argentina), la educación universitaria es mas accesible que en promedio, esta no deja de ser elitista, ya que aunque todavía existe la universidad publica, muchos chicos que logran terminar el secundario tienen que salir a trabajar, sin poder dedicar tiempo a seguir estudiando.

En esta etapa, aprendemos que de nada sirve entender los contenidos, sino que es mas importante decir lo que el profesor quiere que digamos. Aprendemos a ser "aprobados", lo que no necesariamente implica adquirir conocimientos. Por sobre todas las cosas, aprendemos que no hay que discutir, que lo que nos enseñan es la verdad ultima y definitiva, y el que cree que no es así, simplemente debe callarse o nunca se va a recibir. Y ni hablar que se te ocurra tratar de aprender cosas que no tengan que ver con la carrera. Los contenidos y el tiempo que debemos estudiar no dejan espacio para otros conocimientos "raros". Si vas a ser biólogo,  esta prohibido que se te ocurra entender como funciona un motor eléctrico  Para que quiere un ingeniero aprender psicologia? La historia no es productiva y la filosofía menos. El mercado no necesita filósofos ni historiadores. Y las artes... las artes están bien como hobby para un profesional responsable, pero ni se te ocurra intentar vivir del arte, te vas a cagar de hambre.

Todo esto que acabo de describir, esta rutina que dura en promedio unos 20 años, nos enseña muchas cosas. Nos enseña a soportar un horario. Desde chiquitos, tenemos que concurrir a algún lugar durante x horas de lunes a viernes. Nos enseña a obedecer sin discutir, hay que formar fila y esperar el timbre. Nos enseña a no dudar, lo que dice el profesor es lo cierto,vos sos un alumno y no estas en posición de discutir lo que te enseñan hasta que no te recibas. Nos enseña que ser creativos no esta bien, primero el calculo, después la guitarrita. Nos enseña a competir, a pisar la cabeza del prójimo si es necesario, después de todo, tus compañeros de clase serán tu futura competencia en el mercado laboral.

Pero por sobre todas las cosas, nos enseña que este bodrio rutinario al que llamamos educación es la única manera de adquirir conocimientos. Nos enseña que los únicos conocimientos validos sobre los que tenemos dominio son lo que certifica un pedazo de papel, obtenido a partir de una larga lista de exámenes y pruebas en las que repetimos como loros lo que nos indicaron que repitiéramos. Aunque los que descubrieron todo lo que nos enseñan jamas hallan pisado una universidad. Eso es lo que aprendemos.

Por suerte, me encontré con esta película que les dejo como cierre del blog. Se llama "La educación prohibida", e ilustra de forma brillante todo esto que digo acá,  a la vez que nos cuenta que hay otras formas de enseñar y de aprender. Y que el sistema educativo que conocemos esta muy lejos de ser un buen sistema, porque el objetivo de este sistema educativo no tiene que ver con que incorporemos conocimiento científico ni con que expandamos las fronteras de la ciencia. El objetivo de este sistema es que aprendamos los conocimientos necesarios para "servir" dentro de esta sociedad. "Que seamos hombres de provecho". Que no sepamos distinguir la verdad de la mentira. Que nos acostumbremos a esta sociedad aunque no sea natural. Que nos agiornemos sin discutir.

 El objetivo de este sistema es que aprendamos a ser obedientes. 




PD: Esta entrada esta dedicada a mi amigo Gaby Rivero, que podía ver estas cosas mucho antes de que yo las pudiera siquiera sospechar.

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